martes, 23 de noviembre de 2010

Diario de grafito

La gran desgracia es aburrirse, Mateo lo sabía bien. Afilaba sus lápices sombreando con la punta de lado las hojas. Descubría palabras escritas anteriormente. Mateo se preguntaba, dónde coño habían ido, por qué sus voces se habían enmudecido.
Dicen que Mateo no se quiere, que Mateo no se valora. Mateo se pregunta qué es el valor, si se mide o se pesa. Rompe la primera punta.
Había escuchado noticias en la radio, de todo pasaba en el mundo.



El ser como individuo tiene poco que decir, egolatría y autoayuda.
No entienden que Mateo es consiciente de su característica particulistica de subelemento atómico en el Universo.

Mateo sabe, Mateo piensa. Y no por eso se menosprecia. Opina que esta muy bien que no le quieran, las puntas se gastan, y antes, a veces, Mateo las quiebra. Y sigue leyendo pasado enredador, en sombra de grafito. Y palabras superpuestas, lo más parecido y palpable a realidades paralelas.



Mateo no quita razón a los que no le quieren.
Un mudo que debería hablar no hace gracia.
Un sordo que puede escuchar es odioso.

Mateo solo entiende de minas y grises, de su hoja y sus antiguas muescas de escritura.
A Mateo vinieron médicos a quitarle el alma triste, sin pensar que era la única que tenía. Y así le dejaron, autómata. Sin poder escribir ya más.

Ahora Mateo no piensa en cosas felices, tampoco en suicidios ni maldiciones. No se pregunta qué será mañana, ni que es ahora.
Mateo sólo rompe puntas de grafito, a chasquidos se despierta, y a segundos echa de menos siquiera su lamento.