lunes, 11 de enero de 2010

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La banalidad, divina presencia, tu que todo lo que tocas, que todo lo cueces. Y luego se olvida, y nada paso. Y no se tiene presente a claras, y el pasado dura un día. De lo que se dijo la banalidad no se acuerda. Coleccionista de sonrisas, ajetreada y sin permanecer. Así parece que es, no juega si no es divertido. Astuta camuflada, evidente y horrenda, efímera, avara, sometida al sarao y al postín.