viernes, 1 de abril de 2005

Caminaba

Caminaba, como cada martes a las cuatro, hacia la esquina de la calle Palomas, que era la única en la que vendían chocolatinas tan largas como una barra de pan, que eran las únicas que podía esconder en la manga de su abrigo para poder comérselas tranquilamente en el cine de la calle plaza, que era el único donde ponían esas películas polacas en versión original que a nadie le gustaban, ni siquiera a él, pero que le permitían estar solo mientras observaba el haz de luz del proyector, y pensar en sus cosas mientras se comía el chocolate tan largo como un brazo mientras hacia conjeturas sobre lo que el polaco de turno intentaba decirle a él y solo a él.

Caminaba ,mientras, el ciego que vendía cupones sólo acabados en 7,se cruzaba en ese mismo momento tarareando la canción “dust in the wind” de kansas, paraba sus castellanas del mercadillo de los miercoles de la plaza mayor para saludarle al percibir el olor de su aftersave mezclado con chocolate. Sonreía hacia donde había estado un segundo antes , y seguia su camino hacia el bar de Manuela, la tabernera de la calle Pozo, que siempre ponia una tapa de mejillones “la española” si pedías una jarra grande de cerveza.

Caminaba y el sonido de la trompeta de Pepe hacía vibrar sus membranas auditivas, un viejo músico de la banda del barrio que se quedaba un poco más sordo cada dia. Nadie se atrevía a decirle q sus inminentes improvisaciones por no oir el compás del bombo de Paulino, que siempre llevaba una boina roja para tocar en las fiestas del pueblo, eran cada vez mas extrañas y menos necesarias. Por lo que todos seguían aplaudiendo en sus solos descompasados y a destiempo, porque les gustaba que Pepe sonriera. Incluso a Paulino, que sacaba brillo a su bombo y lavaba su boina a mano antes de cada actuación, no le importaba acompañar los equivocos de su compañero de orquesta.

Caminaba y chocó con la hija de Inés, la profesora de matemáticas de la escuela de sta. maría, que perseguía su canica amarillo chillón, que había encontrado en el cajón de la cómoda de su abuela Marta, seguramente recuerdo de la niñez de su fallecido hijo Vicente, que encontró la muerte un día al enfrentar su mala suerte con el camión de Simón, el antiguo carnicero del pueblo, que emigró a tierras lejanas,para buscar que cualquiera, o incluso nadie, lo perdonara por aquello.

Caminaba y camina cada día el que es mi amigo Pedro, que siempre compró cupones acabados en 7, aplaude a Pepe, y come con Paulino mejillones en la taberna de Manuela,que lloró a Vicente y perdono a Simón, que le compra chocolatinas a Inés antes de ir al cine y me saluda cada martes, detrás del haz de luz del proyector de cine polaco en versión original.